EFICACIA DE LA AFABILIDAD EN LA TAREA
DOCENTE
Cada profesor es diferente, pero aquel que
está atento a las emociones y sentimientos de sus estudiantes, que da signos de
valorarlos, que demuestra su estima y posee la cualidad de la amabilidad y la atención,
además de confianza, tolerancia y sociabilidad; decimos es un profesor afable, pues pone de manifiesto uno de los
sentimientos más valorados por los estudiantes. Un profesor afable siente que no
hay nada tan recompensante como hacer que sus estudiantes se den cuenta de que
son valiosas en este mundo (cf Bob Anderson).
La
afabilidad, el agrado, la dulzura suponen la preocupación por el otro, sea
quien sea, y el respeto solidario con él. Es, como solemos llamarlo ahora con otra palabra, la empatía. Y ésta es la manera de conectar con el otro, a un nivel
más profundo, más allá de lo superficial y tangencial, y de tratar de
responder a lo que necesita. Y esta virtud en el maestro acorta las distancias
protocolares, abre las puertas para que sus estudiantes se acerquen, ayuda a
una convivencia armónica (Definicion ABC).
«El
hombre amable se distingue por su temple
apacible y por la suavidad de
sus modales; el afable por su llaneza, por su disposición a escuchar
a todos. El amable lo es en su conducta;
el afable lo es en su trato. Por lo común, se aplica el adjetivo afable al
hombre de elevada jerarquía que no se desdeña de hablar con sus inferiores. De
Federico II se cuenta que era amable con sus amigos y poco afable con sus
súbditos» (José Joaquín de Mora).
Son estas actitudes positivas que hacen
un profesor benevolente (que “quiere
bien”) y benefactor (que “hace bien”)
con sus estudiantes, con sus padres de familia, con sus colegas, con los
cercanos y con las personas desconocidas. Un profesor afable provoca y hace que
la gente le quiera y le respete; porque quien
es afable es el que da el primer paso en este sentido, respetando y
queriendo a los demás. ¿Vocación o formación? La Educación emocional docente, es el factor clave para la mejora de la
convivencia en el aula y en el centro educativo, y para desarrollar esta
virtud de la afabilidad en el aula. Dice Daniel Goleman: "Las lecciones
emocionales, incluso los hábitos más profundamente incorporados del corazón,
aprendidos en la infancia, pueden transformarse. El aprendizaje emocional dura
toda la vida", y empieza en el interior del maestro.
La
Inteligencia Emocional entendida
como la capacidad que tiene una persona de manejar, entender, seleccionar y
trabajar sus emociones y las de los demás con eficiencia y generando resultados
positivos (Álvaro Tineo); reviste,
claramente, una importancia muy especial en la tarea docente, por lo que
debe tener un lugar y un tiempo para “educarla” y para evaluarla durante todo el
proceso de formación inicial y en el desempeño laboral. Sólo si el educador tiene la habilidad para gestionar bien sus
emociones, podrá ayudar a que sus alumnos desarrollen su Inteligencia Emocional.
Y ese proceso creará y potenciará un "respeto mutuo" de las propias
sensaciones", y facilitará un ambiente positivo para el aprendizaje. Esto
supone saber cómo nos sentimos y ser
capaces de comunicar abiertamente nuestras sensaciones. Antes que intentar
ser comprendido, el docente tiene que procurar comprender. Debe mostrarse
comprensivo y empático y debe enseñar y modelar esas características tan
preciadas de la interacción humana (cf Inteligencia emocional en el trabajo
docente, sites.google.com).
“Si pensamos detenidamente en la
trascendencia de nuestras emociones en nuestra vida diaria nos daremos cuenta
rápidamente que son muchas las ocasiones en que éstas influyen decisivamente en nuestra vida, aunque no nos demos cuenta”
(Bertrand Regader, Psicología y Mente). Una de las claves de la Inteligencia
Emocional, es saber relacionarse con aquellas personas que nos resultan
simpáticas o cercanas, pero también con personas que no nos sugieran muy buenas
vibraciones. Y las expresiones del manejo de las emociones, son la sencillez por la que no se hace
distinción entre las personas por su condición; la solidaridad por tomar en las propias manos los problemas ajenos
haciéndolos propios; la comprensión,
los buenos modales, el ponerse en el
lugar de otros, consideración por los demás, respeto y atención a la
exposición de sus interlocutores, dispuesto a la ayuda desinteresada y gratuita.
También será bueno tener en cuenta, entre
otras cosas, nuestros bloqueos afectivos
y emocionales con determinadas personas (dentro o fuera de la escuela), en
algunas circunstancias. Esos bloqueos que se concretan y visibilizan de mil y
una maneras diferentes, en acritudes,
arrebatos, asperezas, durezas, enfados, rigideces, silencios, … seguramente,
antes y ahora, en el pasado y en el presente, nos hace reconocer y agradecer a
aquellas personas que nos han tenido estima, que nos han mostrado afecto, de
manera gratuita, desinteresada, es decir, sin otra intención o interés que
nosotros mismos. ¿Cómo superar esos obstáculos emocionales? El diálogo y el acompañamiento personal,
son lo más recomendable para todo docente, que se valore como maestro por
vocación y de corazón.
La afabilidad ejercitada diariamente por
un maestro, que conduce a sus discípulos hasta la puerta de la Sabiduría (dicen
los orientales), le convence que “la
ternura y la bondad no son signos de debilidad y desesperación, sino manifestaciones
de fuerza y resolución” (Khalil Gibran); y que, además le permite tomar las
decisiones correctas en las situaciones más difíciles, propias de un profesor sabio
(cf Plotino).
Y Usted, por ejemplo, ¿qué entiende por
afabilidad en la vida escolar? ¿Recuerda alguna experiencia positiva de alguien
que haya sido o esté siendo afable con Usted?
Trujillo, 22 de abril del 2017
J. Antonio Mansen Bellina, cmf