LA ENSEÑANZA Y EL APRENDIZAJE TIENEN QUE
ENCONTRARSE CON LA UTOPÍA QUE ABRE AL FUTURO
“Educar, no es solamente transmitir
conocimientos, contenidos, sino que implica otras dimensiones. Transmitir
contenidos, hábitos y valoraciones, los tres juntos” (Papa Francisco, 28/02/2014)
La enseñanza es el delinear una propuesta
que los niños no sepan resolver directamente, pero que estén en condiciones de
hacerlo aplicando y traduciendo conocimientos, probando, ensayando,
investigando, imitando, reflexionando solos o en conjunto sobre ella. Enseñar,
ya no es más el que aprendan a repetir y/o
memorizar, sino el favorecer la participación activa de los estudiantes, encendiendo
en ellos su curiosidad, generando la motivación a ensanchar sus capacidades
cognitivas y mentales, (desde la realidad en que cada estudiante es diferente
al otro) y estimulando el trabajo colaborativo. Esta ruta pedagógica deja
claramente determinado que ninguna teoría del aprendizaje debe subestimar el
valor de los contenidos del aprendizaje.
Los
profesores muestran lo que saben y cómo lo aprendieron, dando pistas, señalando direcciones de
trabajo, enseñando cómo utilizar los errores y apoyando siempre la integración
de conocimientos a través de una continua reedición de los mismos; además, debe
ser cuidadoso por estar al día en su formación pedagógica, preparados para
manejar los últimos avances didácticos y tener la habilidad de seleccionar y
proponer a la consideración de los alumnos, los elementos esenciales del
patrimonio cultural acumulados en el tiempo y el estudio de las grandes
cuestiones que la humanidad debió y debe afrontar. De lo contrario, se corre el
riesgo de una enseñanza de mirar y
subrayar el texto, de tomar apuntes, de cumplir un plan de estudios, orientada
a aprender sólo lo que hoy se considera útil, porque lo requiere una circunstancial
demanda económica o social, pero que se olvida de lo que es para la persona
humana indispensable.
La enseñanza y el aprendizaje representan
los dos términos de una relación que no
es sólo entre un objeto de estudio y una mente que aprende, sino entre
personas. La educación ha sido, es y debe ser siempre “humanizante”. La
relación entre el profesor y el estudiante no puede basarse en relaciones sólo
técnicas y profesionales, más bien debe nutrirse de estima recíproca, confianza, respeto y cordialidad. El aprendizaje
realizado en un entorno de competencia, de memorismo, de individualismo, de
antagonismo, de búsqueda de éxito personal, de soberbia, o de frialdad
recíproca, sin desarrollo del razonamiento y fortalecimiento del discernimiento;
es muy diferente al que se realiza en un contexto donde los sujetos perciben un
sentido de pertenencia. El profesor es el primer artífice para humanizar el
aprendizaje, de orientar el aprendizaje hacia el saber sobre el sentido y la
finalidad.
El Congreso Mundial "Educar hoy y
mañana. Una pasión que se renueva", nos recuerda que el aprendizaje no es sólo asimilación de contenidos, sino
oportunidad de auto-educación, de compromiso por el propio perfeccionamiento y
por el bien común, de desarrollo de la creatividad, de deseo de ilustración
continua, de apertura hacia los demás. Sea
cual sea el método o la teoría de aprendizaje que se use, sean los medios
precarios o de última generación tecnológica que se utilice para el “cómo”
aprender, no se debe olvidar que el cimiento básico de todo aprendizaje es el
“qué” se aprende.
En el corazón de los cambios del mundo, los
profesores (con los padres de familia) tienen que enseñar a los niños y jóvenes
a aprender en ese tejido social en que se
encuentra metida esta nueva generación de niños y jóvenes, familiarizados (desde
muy pequeños) en el uso de nuevas tecnologías que facilitan o perjudican la
comunicación y la distracción, de la globalización que envuelve y enlaza a
todos los hombres en tiempo real y de las nuevas propuestas de prosperidad o éxito,
y que, en no pocas ocasiones, “ponen desafíos nuevos que a veces hasta son
difíciles de comprender” (Idem, 04/01/2014), tanto para los padres como para
los profesores.
Hoy el profesor tiene muchos itinerarios
para manejar las diversas teorías del aprendizaje, pero la formación integral no sólo requiere conocer las teorías del
aprendizaje y saber enseñar conocimientos, sino también la habilidad y destreza
para el manejo diligente de la pedagogía precisa (metodología y técnica)
que se aplica a la enseñanza, con el objetivo que los estudiantes descubran la importancia de lo que aprenden
y el sentido de esos conocimientos contextualizados
que motiven su interés y su esfuerzo. Interrogarse a sí mismo: “esto que yo sé
y enseño ¿cómo echa sus raíces en la realidad del hombre y, por lo tanto, ¿cómo
puede contribuir a un conocimiento cabal de lo que el hombre es?” (Abilio de Gregorio).
La enseñanza y el aprendizaje tienen que encontrarse con la tensión que viven
los niños y jóvenes, entre la coyuntura del momento y la luz del tiempo, del
horizonte mayor, de la utopía que los abre al futuro como causa final que atrae
(EG 223); pero lejos de la ansiedad y la prisa tecnológica, formando para la
capacidad de esperar, a fin de no aplicar la velocidad digital a todos los
ámbitos de la vida (cf AL 275).
El Papa Francisco nos dice que “la utopía mira al futuro, la memoria mira
al pasado, y el presente se discierne. El joven tiene que recibir la
memoria y plantar, arraigar su utopía en esa memoria. Discernir en el presente
su utopía, los signos de los tiempos, y ahí sí la utopía va adelante pero muy
arraigada en la memoria, en la historia que ha recibido; […] Entonces, la emergencia educativa ya tiene
un cauce allí para moverse desde lo más propio del joven que es la utopía”
(idem, 28/02/2014).
La educación tiene que ser necesariamente
integral, inclusiva, clara en sus
valores morales, éticos, estéticos y espirituales, con el acompañamiento de los educadores en todo el proceso de enseñanza - aprendizaje
de los conocimientos; y en el descubrimiento de la libertad personal, que desarrolla
la importancia del compromiso y la responsabilidad para hacer nacer nuevas
esperanzas para hoy y el futuro. Concordamos en que las tecnologías nunca
reemplazarán a los profesores en la educación de las personas, quienes (por
vocación) son responsables de realizar con gusto y compromiso esa tarea. Si queremos evitar un progresivo
empobrecimiento de la educación, necesitamos profesores impregnados de valores
trascendentes, moldeados por la pedagogía, unidos en un proyecto educativo
humanizante, y no sometidos a la seducción de lo que está de moda, de lo
que viene, por así decir, vendido mejor.
La
formación de los profesores, para que sepan ser puente entre la enseñanza y el
aprendizaje, y sepan
orientar las utopías de los jóvenes, debe estar siempre orientada por el
esclarecimiento de un perfil profesional y, por tanto, debe responder, sin
medias verdades, a la pregunta: ¿Qué significa ser profesor? ¿Qué significa ser
un referente en la escuela? ¿Cuáles son las competencias que deben caracterizar
su profesionalidad?
Este
nuevo profesor, que enseña para que aprendan (con los rasgos esbozados), está un poco lejano del perfil
del profesor de un pasado cercano o lejano (según se hayan logrado consolidar
las reformas) ... porque, sin dejar de hacer esas tareas, el profesor que exige
el mundo de hoy, debe de ser (por vocación y por claro testimonio) quien adapte
a su realidad:
- la estructura
educativa de transmitir contenidos, hábitos y valoraciones,
- la utopía del joven y armonizarla
con la memoria y el discernimiento, y
- favorecer la
formación de agentes eficaces, que destierren la cultura del descarte como
uno de los fenómenos más graves.
¿Sueño o utopía?: “¡Escuchar el grito de los hombres y de la tierra! ¡No es utopía es
responsabilidad de todos!” (ídem 26/11/2015).
Arequipa, 14/04/2017
J. Antonio Mansen Bellina, cmf
FUENTES:
es.scribd.com
SANTA SEDE: www.vatican.va.
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